CRÓNICAVisto 1308 veces — 08 marzo 2017

La conmemoración del día internacional de la mujer, el 8 de marzo,  es la fecha en que se celebra la igualdad de derechos para hombre y mujeres. Un trágico evento sirve como hecho simbólico y es  el incendio de una fábrica en Nueva York, en  1911, en que fallecieron 123  mujeres trabajadoras encerradas por los dueños de esa fábrica, impidiendo su escapatoria.

Al aproximarse esta fecha, se escuchan voces en reuniones sociales, entre estudiantes de media y de universidad, en la feria, en la calle, que preguntan: si se celebra el día de la mujer, ¿por qué no se celebra el día del hombre? O cuando se habla de violencia contra la mujer, preguntan ¿Y la violencia contra el hombre? Las mujeres también agreden a los hombres!!!

Estos cuestionamientos,  me atrevería a decir que son transversales en la sociedad, independiente de nivel socioeconómico e incluso del género de quienes lo plantean.  Estas dudas pueden ser comprensibles si consideramos que las mujeres somos la mitad de la población a nivel mundial y nacional, entonces, es difícil que nos perciban y nos percibamos como un grupo vulnerable y oprimido. Si somos la mitad de la población, puede ser complejo comprender que tan sólo hace un par de décadas nos dimos cuenta de nuestra situación de “segundo sexo” como diría Simone de Beauvoir y que ahora salimos a las calles exigiendo igualdad. No somos una minoría étnica, ni religiosa,  no es una moda o una rebeldía adolescente, somos nosotras: Las mujeres.

Ahora bien, sabemos que no es un tema numérico únicamente  lo que pueda  dificultar el que algunos no logren comprender o empatizar  con esta lucha, sino que se agrega que durante siglos ha sido complejo que las mismas mujeres nos constituyamos en sujetos de un grupo social especifico, con demandas particulares, que más que receptoras de políticas, seamos capaces de  liberarnos para exigir, buscar y crear respuesta a nuestras necesidades.

Cuando se escucha: ¿Por qué existe un día de la mujer y por qué no existe el día del hombre? Están dejando de lado siglos de  historia en las que se ha subyugado a la mujer, tratándola como un ser inferior, con menos derechos que los hombres.  Lo anterior se fundamente en que los hombres, son quienes han poseído la voz para escribir la historia y para crear los mitos y leyendas que sustentan los discursos hegemónicos y patriarcales que hasta hoy en día son la base de nuestra cultura y que perpetúan la dominación basada en la diferencia sexual.

Claro que debemos reconocer ciertos avances paulatinos: en la visibilidad de las problemáticas de las mujeres, en la fuerza y adhesión que genera el movimiento feminista y en las políticas públicas que se crean al respecto…pero aún falta mucho camino por recorrer.  Falta, por ejemplo, que permee el discurso feminista a la población general, que sea compresible, legible y ojalá compartido, sin embargo, en ciertas grupos sociales  parece que quedaran solo prejuicios e ideas inconexas en el imaginario social, en el cual sobresalen palabras como “poder” y “lucha”, palabras al parecer amenzantes, que se leen con recelo.

Al mencionar “lucha” y “poder”,  podemos posicionarnos y pensar estos conceptos desde distintos ángulos y uno de éstos es que la lucha no es necesariamente de venganza, no es de invertir los roles de género, tampoco es de que las víctimas se conviertan ahora en victimarias. La lucha consiste justamente en salir de esa lógica binaria de dominante/dominado, reconociendo que no somos iguales, somos diferentes y es esta  diferencia es justamente la que nos enriquece y nos complementa. Esta lucha no es únicamente por las mujeres, es por los hombres, niñas y niños que desea  crear y vivir en una sociedad más equitativa y justa.

Adriana Guila Sosman Contreras - Facultad de Psicología de la UDP

 

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